Amnesia
¿Qué
es un árbol? : Madera + hojas + extensión. Algo así como un animal inerte, como un bicho que crece estando muerto.
No
recuerdo como llegué hasta aquí, sólo recuerdo el leve sonido del viento al rozar las
hojas de un sauce que llora una antigua balada, un romance.
¡Estoy entero!
¿Qué
es estar entero? Tengo algo que parece una cabeza, cuatro extremidades y un torso. ¿Cómo puedo compararme con alguien más,
cuando estoy solo? Dónde esta el parámetro comparativo, una base de datos o una escala de valores. Supersticiones, uno es
lo que es.
¿De
qué color es el agua? Según los especialistas es incolora, pero cuando veo el lago no hago otra cosa más que hipnotizarme
con su color turquesa.
No he olvidado las palabras y recuerdo un texto que decía:
Un sueño con los ojos
abiertos
Tengo el recuerdo profundo de haber llegado
hasta aquí, por algún motivo incierto. De encontrarme en penumbras luminosas, de no poder decir que fue lo que pasó en
ese lapso de tiempo.
Es
el crepúsculo el que me devuelve al océano, en medio del alba no soy tan injusto. Apaciguando el soñoliento viaje hacia el
centro del abismo, me siento solo, pero conforme. Es este el sentido único de encontrar, aunque sea erróneo, un motivo para
redimirse.
Recostado sobre la hierba fresca y verde es cuando me interesa la naturaleza. Así uno puede atajarse y enfrentar
el miedo cuando la cabeza rueda por el césped aromatizado. Desde este centro veo en conjeturas: las alamedas silvestres en
la costa y un parapeto en la orilla del acantilado frente al muelle donde descansa, con todo su peso, un faro olvidado.
Sin
fronteras, siento el cuerpo dormido cuando estoy en tal reposo, como aparcado sobre no sé que fantasía y después me rió a
carcajadas con un tono diabólico. En ese momento me afiebra solo pensar en el olvido o recordar que me he olvidado de pensar
en armonía. Despierto luego, al instante, aturdido por el silencio del viento, acorralado por la furia del mar, e imagino
las gráciles gacelas corriendo por la inmensidad, aprisa, pero consientes de su velocidad. Me salpica la brisa amiga del tormento,
obligándome a parpadear inagotable; después siento la solidez de una muralla y me pateo la cabeza para que caigan las ideas
de eternidad y de locura.
Con
el tiempo recuerdo la marea de mi sangre y la insistente preocupación por respirar tranquilo. Observo el cielo gris, cubierto
de nubes negras que no dejan de correr y correr para formar figuras: un ave, un barco, una niña, un cabrito, una serpiente,
un crucifico, etc.
Sostengo
al mantener las manos sobre el rostro, la calculadora mental en que se ha convertido mi cabeza, y me quiebro en llanto. Las
lágrimas saladas me devuelven la alegría, porque sé en ese momento que mi corazón responde al flagelo. Entonces me doy cuenta,
desesperadamente, que mañana es otro día.
Siento
que es increíble que alguien pueda decir tanto con tan poco. ¿Fui yo el que escribió este sueño
con los ojos abiertos?
La
textura del lenguaje me envuelve en una contradicción: ¿tienen textura las palabras?
¿Quién
lo sabe?, seguramente algún bromista lo ha dicho antes. Las palabras suenan tan vacías al caer en el pozo del pasado:
Ayer ya es hoy y al llegar mañana será hoy también.
Todo lo sucesivo será hoy cuando suceda:
El viento y el agua de hoy,
serán la tormenta del mañana.
El desierto de ayer es la pradera de hoy
y los nenúfares sonríen.
La naturaleza es sublime
¡y yo soy (felizmente) parte de ella!
Una
pulcra pulsión naturalista: me asusta soñar con fogatas en el cielo, una carrera
de cometas incendiados en un vuelo de inocencia, esa superación del tiempo en remolinos de mareas, como el miedo que causa
ver un pez muriendo fuera del agua.
Acerco,
narciso, mi rostro al espejo líquido para observar una ulcera en el agua y comprendo que lo que me rodea es una vagina infinita
que me traga a lo profundo del pantano, al pozo de la verdadera naturaleza. Entonces me doy cuenta que respiro a través de
unos senos que me amamantan con oxigeno para no asfixiarme con la duda de toda la existencia y soy único y me reconozco como
tal y no entiendo a quién le hablo, pero vocifero tartamudos fonemas demenciales y vuelvo al feto y el principio me abandona
hasta el final y el final es el espejo perplejo de la Génesis y no me asusta, al
contrario, me protege, en dulce refugio, del abismo.
¡Me contagio de alegría!
Ha
caído (planchado) el sol sobre el agua y el horizonte se ha teñido de un naranja vitamínico: la noche anuncia el descanso
húmedo en el vientre muerto, el castigo al corcel de plata que contrae sus músculos con cada azote. La rueda volverá a girar
luego, cuando el alba despunte en un olvido...
Olvido el aroma del olivo
y me crucifico con clavos de olor.
Huelo: láudano,
la putrefacción de mi propio fracaso,
mis ideas muertas en un frasco de mermelada.
El
huésped está en mí, fiel habitante de la selva oscura, del monte del olvido sanguíneo. Simple excusa de la tierra salvaje,
de la mareada herencia familiar que nunca termina de explotar y se mantiene inestable en el suspiro de los que la observan,
objetivamente, desde la distancia; allí, en sueños.
Es
este el momento en que se ha roto el silencio: lo sucesivo es hoy, que se repite hasta la nausea. ¡Es hoy!, ¡mañana es hoy
y siempre!
Lo obsceno me perturba y me atrae tanto como la medicina experimental:
Cortar hermosos cuerpos desnudos,
cortarlos en una camilla
como trozos de pan para la cena.
Hacer con ellos una ensalada, un collage, un pastiche. Un manto
que cubra la horrible verdad del mundo. – ¿Qué es un cuerpo?–:
La extensión necesaria de carne y huesos para hacer un ser, un sujeto. –
¿Cómo se piensa todo esto?– Esto ya se pensó, ahora se sigue discutiendo. ¿Es eso lo que creo que es: un reproche?
Jamás me animaría a reprochar nada y cuando digo jamás, es nunca.
–Así está mejor, creo que nos entendemos. Nadie te dijo que pienses.
Luego en soledad (en la ficción):
¿Cómo serán los gorilas y las bananas?
¿Los autos y las motocicletas?
¿Los trenes y los sube y baja?
¿Las mujeres y sus cosméticos y sus lencerías y sus mañas?
¿Cómo será?
Habrá
un día en que hoy será ayer. Ese día está próximo o ya ha pasado. Cuando suceda me refugiaré sensible en el ocaso y no recordaré
ni las nimiedades que hoy me agobian y no sabré quien soy, ni quien fui y estaré esperando el orden inverso de todas las cosas
que habitan mi cabeza, esas que me angustian en la más intima y espantosa soledad.
Los
dados caen
en el desesperado azar que no descansa con el sueño, que se nutre del descanso mismo y sepulta la vergüenza de existir
en éste, mi mundo, mi condenado universo de palabras donde yace inerte el verbo, donde crece inmune la maldad de la palabra,
donde colapsan huracanes hemorrágicos en desenfreno absurdo, donde la codicia es flor que Febo alimenta en fotosíntesis intestinal;
allí, traté de hablar con Cronos para que me perdone y titubeando me dio una posible solución:
Sé que mi inmediata obligación es el sueño, si alguien me hubiera preguntado mi propio
nombre o cualquier rasgo de mi vida anterior no habría acertado a responder.
Entonces
fue cuando sucedió: Al principio la vuelta a la selva me sorprendió. Después estaba en la tierra (el fango), después en la Madre (el templo), después en el vientre (la esfera). Las palabras se perdieron de a poco, simplemente las fui olvidando. Antes
del final -mejor dicho del principio- fue lo incomprensible: pecga, papka, tate, tutu. Luego los monosílabos: ma, pa, ti,
no. Luego solamente sonidos: ag, gr, te, jo, gu. Por último,
reinó el silencio…
Hernán Tenorio.