Miguel Idelfonso

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Mamá llevaba siete corazones

y un sol cuando la conocí.

 

Esto sucedió por el año 1970, tres años más quizás.

Mamá tenía brazos blandos, suaves y fuertes.

 

En su fortaleza, poco a poco, fui escudriñando.

 

Mamá enseñaba.

Ella me enseñó a oír el silencio de las estrellas.

 

Un día ella me golpeó en la cara, junto a la nariz.

Obviamente, yo Yoré.

Pero aprendí que la vida es un largo camino

hacia la contemplación.

 

Mamá me hablaba de un pueblo pasado.

Las historias las iba tejiendo como un manto

que nos iba cubriendo en los inviernos.

 

El tiempo pasado no tenía un monumento

en la plaza del pueblo.

Pero los niños hacían figuras

con el barro arcilloso  del río.

Mamá nos hizo de ese barro, y nos dejó volar

hacia el pasado muchas veces.

 

¿Qué diría ella, ahora

que me encuentro lejos de todo

y he perdido las alas?

Mamá me llevaba a la feria.

Yo Yoraba de todo.

Por eso ella me llevaba a jugar con los niños

que no lloraban.

 

Una tarde me perdí entre los cajones de frutas.

Pasé la barrera de los pájaros.

Yo escuchaba un tema de los Beatles.

Me perdí entre los mendigos.

 

Cuando estaba a punto de salirme de mi cuerpo

oí la voz de mamá.

Me sujetó de una mano. Y camino a casa,

yo comprendí que bajo la luz del mundo

no había nada que temer.

 

Vamos al sol, decía.

O si no, de noche, vamos a tomar aire.

El tiempo pasado ya estaba escrito en las estrellas.

Y la casa crecía mientras subíamos a la azotea.

 

Pasaron años.

Muchas explosiones veíamos desde la azotea.

 

Madre, déjame ver las explosiones, le decía.

Si vas, hijo, se apagará la luz en un segundo.

Madre, si no voy la luz me enceguecerá.

Pero si vas, tal vez ya no querrás volver.

 

Mamá lloró en sus siete corazones.

Por cada corazón un Ave María.

 

El tiempo pasado se apoderó el presente.

Los niños que no lloraban ya no jugaban en la feria.

Tiempo después ya no hubo feria tampoco.

 

Mamá trataba de hallarme desde la azotea.

Con tanto ruido yo no podía oír su voz.

 

Perdí la luz.

Perdí el camino.

 

Por eso ahora escribo este poema.

 

 

Poema de Las ciudades fantasmas

 

 

 

 

 

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ODISEO

 

No sé adónde voy

Ni de dónde vengo

Ni a qué viene esto

Si pienso sólo en una mujer parada

En una calle

 

La vida es simple

Si sólo se piensa en una mujer parada

En una calle

 

Yo pienso en una mujer parada

En una calle

No pienso adónde va ella

Ni de dónde viene

Ni a qué vienen estas preguntas

 

No se debe preguntar adónde va ella

Ni de dónde viene

Ni a qué viene esto o lo otro

 

La vida es simple

Si sólo se piensa en una mujer

Parada en una calle

 

 

Poema de Canciones de un bar en la frontera

 

 

 

 

 

 

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* Miguel Ildefonso: Lima, 1970. Estudió Literatura en la Universidad Católica del Perú e hizo una Maestría en Creative Writing en la Universidad de El Paso, Texas. Ha publicado los libros de poesía: Vestigios, Canciones de un bar en la frontera y Las ciudades fantasmas. Su poesía ha sido publicada en antologías como: La Generación del Noventa y Poesía Peruana Siglo XX. Codirige la revista literaria Pelícano. Ha sido finalista en diversos concursos como: Segundo Premio Poesía Juegos Florales Universidad Católica (1991), finalista Premio Poesía Peruano- Japonés (1995), finalista Premio Poesía Copé (1995), Cuarto puesto en el Premio Nacional de Poesía del diario El Comercio “Centenario César Vallejo” (1996), Concurso de Poesía Revista Ajiaco-The Arkansas Tech University (2002), Segundo Puesto Poesía Erótica Centro Cultural Español (2003), Mención honrosa en el Concurso de Cuento Las Dos mil Palabras de la Revista Caretas (2004). Ha ganado los premios: Primer Premio Poesía Juegos Florales Universidad Católica (1995), Primer Premio Copé de Oro Poesía (2002) y Concurso de Cuento “Alfredo Bryce Echenique” (2003).

 

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