UNA ENSALADA DE FRUTAS
I
Viernes 10 p.m. Todos los noticieros
de la ciudad de Lima difunden
una noticia como la principal. Jessica Tipiani, locutora del canal
cinco, es la encargada de leer las
noticias esa noche. No se
diferencia demasiado de la mayoría
de las empleadas de los noticieros
nocturnos. Epidérmicamente blanca, no es necesario ser un observador
meticuloso para reparar en la mirada
desviada de sus ojos bizcos, que
recuerdan a los de una mujer en pleno
goce. La expresión entre
estúpida y lasciva de sus labios
entreabiertos encandila a muchos y ni
hablar de la entonación fallida y
la voz horrísona y la dicción
cantinflesca. Esas son razones por las que de ningún modo se
descalificaría a una gallarda locutora
de noticias en el Perú.
Así
es que sigamos con lo nuestro: Jessica Tipiani llega rauda en
el Mitsubishi Evo del año a la cuadra
diez de la avenida Arequipa.
Ahora que vive sola en el departamento
de Surco, se arrepiente de no
haber aprendido siquiera a freír
huevos. El hambre la castiga y si no
hubiera sido por la bronca con Lalo,
que casi la arremete a golpes en
un ataque de celos, por lo menos
hubiese ido al Bembos. Van a dar las
nueve y ella, hambrienta, debe ir
a la sala de maquillaje. Los
treinta años ya pesan y las primeras
patas de gallo deben disimularse
lo mejor posible: las blancas nos arrugamos más rápido, pensará
Jessica, mientras sube corriendo
las escaleras hacia donde se
encuentra Latino, el maquillador
estrella de Panamericana.
II
–Corre, chola. Corre, que me
cago… ¡me ca-go de hambre…!
–¡Saluda, por lo menos, oye!
–le grita ella, mientras se desnuda el torso.
–Perdona, querida. Tu siempre tan formalita.
Latino es chiquito, escuálido y amarillento. Vive en Gambeta, un
asentamiento humano del Callao. Lleva
el pelo rubio, a lo Marilyn
Monroe, y sus rasgos indígenas han
debido soportar siete cirugías en
el consultorio del doctor Cachay,
en plena Plaza Manco Cápac. Pero él
es feliz, pues logró lo que más quería: su rostro es ahora idéntico
al de Karen Dejo y al de Melcochita
y al de Jimmy Santi y al de Maju
Mantilla, todos clonados por la destreza
de las mágicas manos de Elmer
Cachay Vergara, el cirujano plástico
de los artistas.
–¿Qué tal cholita? ¿Qué cuenta
tu chancalomo?
–¡Qué te pasa, idiota!¡Chusco
ignorante!
–Uppps, excuse me, veo que
estás como Genaro... ¡Amargada!
–¡Ese viejo infeliz! ¡Alcahuete!
Ya le he dicho que no voy a seguir
leyendo junto al traidor del Rodrigo…
–No reniegues, guapa…
no se vaya a correr la base que te estoy
colocando. –Latino ha iniciado un delicado trabajo de albañilería.
El tarrajeo de la piel de Jessica
debe disimular los poros más
grandes, las primeras señales de
arrugas, los pómulos elevados, el
lejano ancestro cobrizo de la famosa
Jessica Tipiani.
–¿Cuánto más demorarás? –interroga–.
Yo también me muero de hambre.
Si la haces en diez minutos te invito un pollito, aquí en el Kentucky
de Risso –dice ella, mientras
verifica la hora en el pequeño Rolex de
titanio, obsequio de Genaro por su
complacencia y buen comportamiento.
–¿En serio? –responde
Latino, emocionado. Un pollito en el Kentucky y
él que se caga de hambre. ¿Y la cita que tiene a las diez con Fito?
A la mierda, piensa Latino, ese chivato
me ha plantado cuantas veces
ha querido. Además, la Jessica es la Jessica. Probablemente la
locutora de noticias más popular
del Perú. No se hará de rogar.
–En serio, muñeco. Vamos, apúrate entonces –le anima ella. Entre sus
manos tiene impresos los cables de
dos agencias chilenas: almirantes
latinoamericanos, operaciones conjuntas,
el portaaviones más grande
del mundo, la salvación de la democracia, el peligro terrorista, más
de dos mil marines, ¡más de dos mil
marines!, se relame ella y sus
ojos bizcos giran en una mueca de
placer que Latino, suspicaz y
malicioso, advierte.
–¡Te vi, chola! ¡Te vi! –grita
como un niño malcriado que sorprende a
otro en plena mañosería. Ha dejado
caer el frasco de tinte con el que
iba a empezar a iluminar el cabello
de Jessica. Confianzuda, le
arrancha los papeles que ella tiene
entre las uñas. Larguísimas,
fuertes, brillantes, auténticas uñas
de bruja.
–¡Pero qué churros! ¡Mira este
gringazo! –aúlla Latino, abriendo
grandemente sus ojuelos achinados. La foto muestra de cuerpo entero a
un grupo de marines con modernas
ametralladoras, posando en la proa
del gigantesco portaaviones acoderado
en el puerto chileno de
Valparaíso. Latino, excitado, pasa los dedos eruditos por el cuerpo
del marine más arrogante. Ante el gesto lúbrico del afeminado,
Jessica, con un cinismo todavía mayor
que la procacidad de Latino, le
insulta:
–¡Eres un cerdo, sucio, cochino!
¡Pero te quiero, loquita, te quiero!
–y se abrazan y besan, mientras
una carcajada estrepitosa retumba en
el saloncito.
–¡Listo, mi amor! ¡Estás bella,
bella, bella!... Ahora sí, el
pollito… –Latino corre
hacia el baño, humedece su pelo rubio en Pyns y
rocía a Jessica con unas cuantas
gotas. Las dos bajan apuradas a la
cochera y suben al auto de ella. Ignoran dos semáforos en rojo, se
cabrean de un tombo de tránsito y
llegan en un santiamén a Risso.
III
El Centro Comercial Risso es frecuentado por gente muy curiosa.
Muchachas que estudian inglés, enfermería
y secretariado, se arrebañan
con yuppies de cono que se hacinan
en oficinitas de tres por tres de
los edificios de la Arequipa y, cómo
no, unos cuantos burgueses que
disponen realmente de dinero.
Jessica y Latino caminan de la mano. Quienes la reconocen la miran
con cierto respeto. Dos chiquillos que esperan combi a Villa El
Salvador la silban, hipnotizados. Sus nalgas bien nutridas,
redondeadas por el aeróbico y el
tallo de jade, contrastan crudamente
con el culito esmirriado y magro
de Latino. Aún así, las dos,
garbosas, van de la mano.
–Chola, no vayas a molestarte,
pero quiero sugerirte algo –se anima a
decir Latino. En el trayecto hasta Risso ha venido pensándolo, y
aunque tenía miedo de la reacción
desmedida de Jessica, se lo ha
dicho. Las clases de meditación y yoga y sexo tántrico y todo ese
rollo de vida sana y alimentación
natural y respiración abdominal,
herencia de los años de putiferio
con el viejo Andrade, administrador
de Panamericana, marica inconfeso
y discípulo aprovechado del Dalai
Lama, acudieron a su memoria: tal
vez todavía lo quería, al menos no
era tan perro como todos esos alacranes
con los que se revolcaba cada
fin de semana. Ya faltan sólo pocos metros para llegar al Kentucky.
A esa hora siempre estaba lleno de
gente y el chongo-rock de Nosequien
y los Nosecuantos puede percibirse
claramente.
–Prométeme que no vas a molestarte. Ni regañarme –advierte Latino–.
¿Y si mejor nos comemos una ensaladita
de frutas? –una mueca
obsequiosa, rastrera, arrosquetada,
estira su nariz respingada por
cirugías. Se siente más mujer que su propia madre.
–Oye, muñeco, me has leído
el pensamiento. Siento una pesadez
ho-rri-ble, ho-rri-ble en el estómago. Todavía tengo aquí la pizza
que comí anoche y los mariscos del
almuerzo me han caído bomba.
–Una ensaladita de frutas y
un yogur natural, así, ni siquiera
frutado. Ven, tengo mi casera. No te arrepentirás, guapa.
–Bueno, pues para otro día
será el pollo. Aunque…
Latino la interrumpe y la toma, maternal,
de la mano. Jessica
acciona el seguro electrónico del
auto y el bip-bip del cierre a
distancia aloca a Latino. El placer de caminar junto a toda una
hembra que tiene el control de su
vida y que acciona tan segura el
mando electrónico de un auto de tanta
cilindrada… él cuyos amigos
apenas tienen Volkswagen. Latino sonríe feliz como enamorada y sigue
sonriendo idiotizado durante la media
hora en que engullen una colosal
ensalada de frutas y medio litro
de yogurt con miel de higos. Veinte
para las diez de la noche, se retiran
de la juguería. Nuevamente se
saltan varias luces rojas y sortean
a dos tombas de tránsito. La
locutora sí que conducía como una
profesional del volante: Jessica
piloteando una combi de Colonial
atisba la imaginación de Latino y no
puede dejar de sonrojarse. Simultáneamente un fuerte retortijón le
obliga a llevarse la mano al vientre,
pero Jessica permanece inmutable
al volante de su moderna máquina.
IV
–Buenas noches. El portaaviones Ronald Reagan, propulsado por dos
reactores nucleares, arriba mañana a Lima, Ciudad de Los Reyes.
Procedente de Chile, llega a nuestro
país para participar en las
operaciones conjuntas con la gloriosa
Marina de Guerra del Perú.
Una punzada feroz estremeció el abdomen de Jessica. Dos segundos
después otra punzada sádica la hizo tartamudear más de lo
acostumbrado.
–El Reagan pesa 97 mil toneladas
y puede albergar a 6000 tripulantes,
entre hombres y mujeres. Tiene 41 m de ancho, 334 m de largo y es
tan alto como un edificio de veinte
pisos. Está armado con misiles
NATO y cañones e instrumentos de
guerra electrónica. Posee 21 sa…
salidas… pa… para misiles
ca… capaces de derribar… blancos en mo…
movimiento… acelerado.
Una tercera punzada, más atroz todavía,
la hizo palidecer y contraer
el ano para evitar el pedorreo. Hizo mal: la lividez de su rostro
desencajado por el dolor, obligó
a los técnicos a poner de inmediato
una tanda de comerciales. Avergonzada, pálida y helada como un
cadáver, a duras penas logró llegar
al baño. El calzón sucio de
palominos, la hizo avergonzar nuevamente. Maldijo a Latino, maldijo
la ensalada de frutas, maldijo el
yogur mazamorriento, se soltó a su
gusto y cuando hubo aliviado la opresión
del estómago, recobró la
compostura. El maquillaje se había corrido un poco, así es que optó
por quitarse el rimel de los ojos
lagrimosos con papel secante. Así,
pálida pero ya serena, se dirigió
nuevamente al set de noticias. Hace
diez minutos Genaro ha ordenado entrevistar
al almirante Gene F.
Clark, capitán del Reagan. Al llegar al set, pudo ver a un gringo
inmenso, esperando por ella.
Luego de las respectivas
presentaciones, procedió con el cuestionario
que Clark había ya leído.
–Capitán Clark, tengo entendido
que ustedes han estado en Chile… O
sea… ¿Qué tal Chile, capitán?
–preguntó, tranquila. Las cámaras la filmaban desde diferentes
ángulos. Ella estaba segura.
–Chile, ¡Ass good! ¡Oh, sorry…sorry…
je, je, je… beauty womens and
excellent vinos! Mucho picante…
mucho picante… We have made military
exercises with Armada Chilena, parte de Unitas operation, in order to
coordinate actions with aircraft
carrier in other places of the world.
Tues.. eh, nou… nou.. marti,
martis, we returned to our base, in San
Diego.
–¿Cuántos aviones puede trasladar
el Reagan, capitán? Imagino que
muchos, ¿no?… –comentó,
sonriente.
–¿Translate? Oh, si, si, transport, we poder transporting 70
aironavis… fighter bombers,
helicopters and, and observation radar
reconnaissance airplanes… eh,
sorry… airplanes radar observation…
En ese instante, Jessica empalideció
y sintió que el mundo se le
derrumbaba. Un palomino, un pedo sólido de esos que eyectan los que
comen basura, escapó dejando su fetidez
en el pequeño set televisivo.
El gringo, aunque escuchó el ruido
del cuesco, permaneció inmutable.
Era un verdadero gentleman. Pero la expresión de su cara empezó a
cambiar, conforme el aire del ambiente
iba enrareciéndose. Jessica
perdía la calma nuevamente.
–Ca… capitán, sabemos
que hay peruanos… en la… tri-tri.. tripula… ción…
–Oh, yes… We have two peruvians, an office boy and un….
un…
coucinerra. Good boys, good boys…
–¿Y la interacción… co-co-con sus… pares… peruanos?
¿En qué ha… consistido?
–We have interacted con many
Peruvians. But, but, much has
benefitted us. El Reagan tener cañones and instruments de electronic
war, tener 21 salidas for missiles
that can demolish targets in
accelerated movement.. Peruvians beneficiarse más todavía, we, we
have interacted with their old Mirage
2000 and… and old sub…
submarinos. Peruanos, aprender electronic war… Mucho bueno, mucho
bueno.
Jessica mueve los pies nerviosamente. Estira el cuello, se muerde
los dientes, presiona la mandíbula.
Un frío helado recorre su espina
dorsal. No uno, decenas de retortijones y punzadas acuchillan su
abdomen. Empieza a sudar frío, ajusta las nalgas, contrae el ano,
pero ya nada le sirve. Un hilillo de mierda líquida baja por sus
pantorrillas. Maldice a Latino y a su ensalada de frutas. Se maldice
ella por haberle hecho caso. La mueca
horrible que deforma su rostro
tarrajeado es la señal de aviso que
los camarógrafos, cansados
asalariados, todavía no interpretan. Ya lleva varios segundos
enmudecida y estos conchasumadre,
piensa ella, no se dan cuenta que me
estoy cagando. La hediondez del ambiente
es ahora irrespirable.
Intentando cobrar aplomo, hace las
preguntas finales al capitán del
Ronald Reagan.
–Eh… ca-ca… capitán…
finalmente, ¿cómo ve usted, o sea, la preparación
de los soldados peruanos?
–Oh, my daughter, you I already
said it. Mucho bueno, mucho bueno.
No saber nada de electronic war,
pero tener brave heart, aprender very
quickly… Infrentar internal
danger, ¡terrorismo! Ser good friends in
Sudamérica… brave friends in Sudamérica…
–Bueno, se… señores,
ya lo sabemos. Dos mil marines norteamericanos
estarán en nuestro país… por
cu-cu-cuatro… días.
Otra rapsodia de pedos sonoros, altisonantes
y pestíferos inunda el
ambiente. Un pocotón de mierda gelatinosa se desliza por sus piernas,
humedece la silla giratoria y forma
un charquito de caca alrededor de
los pies de la locutora.
–Démosle la más cordial bienvenida,
esforcémonos por dar lo mejor… de…
nosotros mismos… alcalde del
Ca-ca-caallao, por favor, debemos ser
cordiales y hospitalarios…
con los marines a su arribo… al… Callao.
Chi-chicas, ya lo saben… los
marines ya están entre nosotras… Buenas
noches, ca-ca-capitán… mu-mu-muchas…
gracias…
V
Al día siguiente, la ministra de Salud repartió doce mil condones y
folletos bilingües entre las miles
de putas chalacas, mientras
veintisiete mil policías acataban
la orden de inamovilidad impartida
por el ministro del Interior con
el fin de velar por la seguridad de
los marines. Jessica, enemiga acérrima de Latino, hizo que lo echaran
del canal y permaneció dos días en
cama. Al tercer día, resucitó y,
demacrada, cumplió como siempre con
la labor encomendada:
–Buenas noches. El primer ministro Ferrero, dijo en relación a la
visita del portaaviones Ronald Reagan
que uno debe cuidar siempre y en
todos los ámbitos lo que Perú significa. Perú es un país serio.
Hemos avisado a todos que se porten
bien, porque los marines
norteamericanos son embajadores de
Estados Unidos –expresó el Ministro
a su salida del Congreso–,
son embajadores de la paz y de la buena
voluntad del gobierno norteamericano
hacia los países de América
Latina.
La última noche que los marines estuvieron
por Lima, encontramos a
Latino travestido con sus mejores
galas, prendado del cuello de un
marine en un burdel chalaco llamado
Puno, en medio de una fabulosa
orgía en la que ellos eran la única
pareja romántica. Borracho,
lloroso y entristecido, permanecía
abrazado al soldado norteamericano.
Era un morocho con pinta de guatemalteco
becado, pero vamos, qué más
daba a Latino: había conseguido amor,
casi quinientos dólares y un
correo electrónico que tal vez, pensaba,
tal vez, sería su pasaporte
hacia el norte.
Rafael Inocente
Perú
Julio del 2004